Alberto Marrero Fernández


La Habana, 1956. Poeta y narrador. Autor del poemario El pozo y el péndulo, publicado en la primera edición de la colección Pinos Nuevos, en 1994. Con La salvación y el eclipse obtuvo mención en el concurso Julián del Casal de la UNEAC, en 1991. En 2003 conquistó el Premio Nacional de Narrativa Hermanos Loynaz con el libro Último viento de marzo. Su libro Los ahogados del Tíber mereció en 2004 el premio de cuento del concurso Luis Rogelio Nogueras, del Centro del Libro y la Literatura de La Habana. Ese propio año Ediciones Unión dio a conocer su poemario La cercanía infinita. En 2007 publicó el libro de cuentos Efecto Babel (Editorial Letras Cubanas).  Premio de poesía Julián del Casal de la UNEAC en 2009 y premio de cuento de La Gaceta de Cuba de ese mismo año. En 2014 obtuvo el premio de poesía Alejandra Pizarnik con El salto mortal de la escritura, auspiciado por la Revista Amnios, la Casa del Alba, la Casa del Yeti y la Embajada de Argentina en Cuba. Premio de poesía Nicolás Guillén en el 2015 con Las tentativas. Poemas y cuentos suyos han sido publicados en revistas y antologías de editoriales del país y del extranjero. Es Máster en Historia y miembro de la UNEAC.


Poemas menores

Los poemas menores no elevan ni conmueven
y son como pequeñas chispas que saltan y se apagan.
Nadie recuerda un poema menor.
Nadie lo cita en los grandes o medianos discursos,
ni en las conversaciones frías o trascendentales,
ni en las borracheras, ni en los pasillos,
ni en las filas de la desilusión contando los centavos,
ni en vísperas de una festividad, ni en vísperas de nada,
ni  haciéndole el amor a una mujer,
ni en el oído de un viejo que ha decidido morir
sin dar otras explicaciones que no sea su cansancio.
Porque los poemas menores suelen ser aburridos,
y son como alas que se desprenden de insectos que mutan
o se desvanecen al cabo de una brevísima existencia.
No hay antologías de poemas menores.
Ninguna placa de bronce recoge un poema menor.
Ningún epitafio es un poema menor.
Ninguna universidad exhibe en su fachada un poema menor.
Sin embargo, ¿quién podría negar que la vida
es casi siempre una secuencia de poemas menores
escritos con la saliva espesa de las tardes
o el espejismo giratorio de las noches?
A ver, ¿quién no ha chocado alguna vez
con el dilema de los poemas menores?


Los marineros de Apollinaire

Los marineros de Apollinaire nunca se abandonaron,
pero tampoco se hablaron en el albergue triste
a cuya puerta tocó el viajero con lagrimas en los ojos.
Dante jamás llamó divina a su comedia
si bien la consideraba un poema sacro,
en el cual han puesto mano cielo y tierra.           
Una vez imaginé que los marineros de Apollinaire
le propinaban una paliza al viajero que resultó ser Dante
con sus catorce mil doscientos treinta y tres versos en una bolsa.
Extrañado, me pregunté qué sentido tenía golpear a un hombre
que solo quería un poco de vino después de una faena agotadora.
Tocar a una puerta se ha vuelto un tópico peligroso.
Los caminantes evitan a los marineros que nunca se hablan,
pero tampoco se abandonan en las tabernas de pas

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