Rafael Felipe Oteriño



Nació en La Plata, en 1945. Publicó once libros de poesía –el último se titula Viento extranjero (2014)–  y el volumen de ensayos sobre poesía Una conversación infinita (2016). Su obra poética se encuentra reunida en Antología poética (1997), Cármenes (2003), En la mesa desnuda (2008) y Eolo y otros poemas (2016). Primer Premio Regional de Poesía Secretaría de Cultura de la Nación (1985/88), Konex de Poesía (1989/93), Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2009), Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional (2014). Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras. 


Entre 

Este vivir
entre la tormenta y la piedra,
entre el cuerpo y el agua,
entre el silbato de las 5,00
y la sombra del regreso;
entre una ciudad dormida
y otra que se despierta
con su ojo de cíclope,
entre dos continentes que se acechan
y a los que separa el mar.

Antes jóvenes, luego maduros,
más tarde cautivos;
como vigías de faro
buscándonos en círculos
y en línea recta,
detrás de un pequeño sol;
con el corazón transparente,
sin haber podido desbaratar
el lento declive
ni arrojado el Yo en un abismo.

Y aunque el arroyo se desborde
y la casa se anegue,
aunque la lluvia caiga
y la estrella se despida:
heracliteanos, oscuros,
invisibles para todos,
menos para el sol mismo;
aprendiendo a respirar
la infancia de un país doloroso,
el azar de palabras revueltas.

Entre los primeros días de agosto
y los últimos de septiembre,
entre la mano que descansa
y la mano que oprime;
ni demasiado pronto, con lágrimas,
ni muy entrada la noche;
entre lo hundido, fangoso,
y el despertar de lo claro:
siempre vivimos entre:
en la cuerda de un delgado sueño.



Pruebas, evidencias
                 
Y con el correr de los años,
las frases cortas,
los silencios, las despedidas,
lo no hablado
y lo hablado a medias.

Una poética en movimiento,
que se cumple
sin agitar una mano,
en cuartos vacíos
y en avenidas pobladas.

¿Y si el significado
no fuera otro que mantener
viva esa llama,
palabra por palabra,
en labios que también oscurecen?

Los mismos sitios,
parecidas señales
repetidas más de una vez
en un presente continuo,
pensando en el final.

De padre a hijo,
de amigo a hermano,
porque no hay indicación precisa
ni hora ni límite
para entregar esa llama.

Con la sospecha
de estar convictos,
ya que incluso la lluvia
tiene para contarlo
la noche entera y una raíz sedienta.

¿Y si no fuera
más que eso:
una ola que se repite,
un traspasar de señales,
entre hojas que caen?

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